Walt Heyer vivió su niñez en California, a mediados de la década de 1940 y como todo niño se interesaba por los vaqueros, los automóviles y las guitarras hasta que un día a su abuela pensó que Walt quería ser una niña. Ingenuamente le cosió un vestido de color púrpura que Walt se ponía cuando la visitaba. Según Walt el usar ese vestido disparó algo en su vida que lo llevó por 35 años a un valle oscuro de “tormento, desilusión, remordimiento y tristeza”. Su confusión en su identidad de género lo condujo al alcohol, a las drogas y intentar suicidarse.
Walt asegura que vivía tres vidas distintas: una de “hombre de negocios exitoso y bebedor, otra de padre y esposo amoroso perfecto en apariencia y la tercera de travesti retorcido”. Pero en su interior experimentaba la fragmentación y la desilusión. Todo en su vida comenzó a desmoronarse.
Fue así como puso sus esperanzas en la cirugía de sexo como la solución que haría que su dolor desapareciera para siempre. Primero vinieron los implantes de pechos grandes. Luego hizo lo que Walt lamenta mucho, la transformación quirúrgica de su órgano reproductor masculino para que pareciera un órgano reproductor femenino.
Walt tenía la esperanza que el procedimiento pudiera aliviar su “debilitante sufrimiento psicológico” y que eso iba a detener, de una vez por todas, el conflicto que lo había atormentado desde la infancia. Pero para su consternación, la re ordenación de sus partes privadas y el cambio de su apariencia no efectuó el cambio correspondiente en el interior. Después de la cirugía, su se convirtió en un campo de batalla de pensamientos y deseos conflictivos que el describe como “agravante, penoso, deprimente, discordante, distorsionado [e] impredecible”.
Después de la cirugía se dio cuenta que había cometido un “gran error”. Su adicción a la cocaína y al alcohol, en un intento de mitigar el dolor emocional aumentó su miseria, la depresión y la soledad.
Walt llegó a la conclusión que la cirugía fue un “fraude total” y por lo tanto no tenía sentido vivir la vida como una mujer quirúrgica, como un “impostor”.
Fue así como tocó fondo. La cirugía había destruido su identidad, su familia, su círculo social y su carrera. Sentía que no había nada para él sino morir. Fue así como Laura Jensen, nombre de Walt como mujer, trató de lanzarse desde una azotea pero fue detenido por un transeúnte.
Con la ayuda de unos amigos cristianos que conoció comenzó su viaje hacia la sanación y hacia el descubrimiento de su verdadera identidad como hombre. Walt se dio cuenta que la clave para ganar la batalla era la sobriedad. Se repetía “Mantente sobrio, sin importar en qué, mantente sobrio”. Dejó la bebida y se volvió a Jesús como una fuente de fortaleza. En cierta ocasión, durante un tiempo de oración con un psicólogo cristiano, Walt dice que experimentó espiritualmente al Señor, todo vestido de blanco, que se acercó a él con los brazos abiertos, lo envolvió y le dijo: “Ahora conmigo estás a salvo para siempre”. Fue en ese momento que Walt supo que iba a encontrar en Jesús la sanación y la paz que él tanto deseaba.
Ahora en su madurez Walt cree que si pudiera volver atrás en el tiempo y decirse a sí mismo algo a si mismo se diría evita la cirugía de sexo y que descubre la causa que subyace en el deseo por la cirugía. Con su historia Walt da testimonio del poder de Dios y le dice al mundo que nunca se debe “subestimar el poder sanador de la oración y el amor en las manos del Señor”.
Fuente: www.entrecristianos.com
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